miércoles, 14 de septiembre de 2011

Baldosas

Y contás las baldosas y les das protagonismo. Y mirás hacia delante y pensás en el fuera de contexto. Siempre te gustó pensar en eso, fantasear con lo irregular. Involuntariamente desactivás el registro visual y volvés a escuchar a Tricky que te canta “I`m ready to the other side”. Y luego volvés tu atención hacia la calle, dejás la avenida y encarás para adentro. Y te cruzás a alguien y lo mirás para esquivarlo. Y doblás y hacés dos cuadras. Y caminás y seguís, pero ya no seguís sola. Mirás y por la vereda de enfrente camina ese alguien que esquivaste hace unos minutos. Te mira, mirás para delante y ya no ves baldosas ni escuchás a Tricky. Lo mirás, mirás para adelante, tus ojos se violentan y lo vuelven a mirar (él siempre te mira, miró todo el tiempo). Sabés que llegó la hora del quiebre: frenás a mitad de cuadra, te apoyás contra la pared y lo volvés a mirar. El marca una coordenada y camina hacia vos, sin decir nada, sin mutarse, sin dudarlo. Tu mente vuela y se masturba. Mirás hacia la esquina y ves a la garita y a un viejo con un perro prendidos en tu escena. Te reís porque sabés que quieren más, te piden más y les vas a dar más. El camina hacia vos, su actitud te da lo que siempre esperás: espontaneidad, impulso, desenfreno. Hasta que: “¡Paráaaa!” ¿Y quién lo dijo? Vos. Como siempre, lo arruinaste. Se te acerca aún más y te pregunta si tenés miedo. Respondes que sí, algo. Te ofrece un cigarrillo y comienzan a caminar. Hablás de cualquier cosa, no importa de qué, necesitás banalizar la situación como buena mediocre. Llegan a la esquina, le decís que tenés que entrar a terapia. El se ríe y te pide un beso. ¿Te negás? Por supuesto. Te reponde: “La próxima vez no me mires así, me re calentaste y ahora tengo que volver a lo de mi novia, no es justo”. Desconcertada, te excusás con algún comentario impertinente y seguís con tus pasos intrascendentes. Te arrepentís una y otra vez.

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