martes, 16 de agosto de 2011

Desde una reposera imaginaria

Hace años que Luci vive en Río de Janeiro cuando su hermana Nidia la visita, buscando aliviar la pena de la reciente pérdida de su hija menor. Comparten noches tropicales, acompañándose del relato de la tormentosa vida romántica de Silvia, una psicóloga vecina y amiga de Luci.
Nidia se deja ensombrecer por la melancolía; Luci, un tanto negadora, solo intenta pensar en cosas lindas y Silvia adorna un vínculo mediocre con la esperanza de que embelleciéndolo con palabras, se transforme en una especie de cuento de hadas. Cada una lidia con la realidad que le ha tocado, pero lo interesante es el protagonismo del diálogo; la palabra empieza a actuar como catalizador, las transforma. Comienza a generarse una necesidad de relato. Las ancianas encuentran la distracción ideal frente a los achaques de una tercera edad plagada de recuerdos y, de algún modo, vuelven a sentirse jóvenes, cuchicheando sobre los amoríos de “la de al lado”. La vecina, que cuenta compulsivamente una y otra vez las mismas situaciones, trata de aplacar el dolor de su soledad construyendo en su imaginación un amor que desde la nostalgia lo es todo: desapegado, incondicional y apasionado.
Estas tres mujeres hablan. De sí mismas, de los hijos que no las necesitan tanto como antes, de los hombres del pasado, de lo que fue y ya no será. Hablan y con la palabra se curan. La palabra las calma y las hace reflexionar. El relato les permite comprender eso que desde el sentimiento puro solo genera agobio. Es en la conversación donde se forja el lazo que las une y las hace quererse y necesitarse; la charla funciona no solo como remedio sino como herramienta que permite edificar un sentimiento mutuo de solidaridad, identificación y cariño.
La cura a través de la palabra las transforma mientras el verano carioca se acerca, lleno de sorpresas.

Lei por primera vez Cae la noche tropical en cuarto año, para la escuela; me gustó mucho, pero no hay comparación con la ternura y fascinación que me generaron estos personajes -Luci y Nidia- más de diez años después. Me volví a enamorar de Manuel Puig y su simpleza absolutamente calculada, de su lenguaje de diván disfrazado de señora en batón que barre la vereda, de su acento mercedino y lo cinematográfico de sus imágenes.
Cae la noche tropical marida bien con un campari con naranja o un martini bianco con ginger ale. Combina perfecto con un atardecer tibio y Mondo Cane sonando muy muy bajito. Lleva una especie de aire primaveral adonde quiera que uno lo lleve.
Es como el vestido floreado más lindo que te puedas imaginar.

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